sábado, 3 de septiembre de 2011

Crítica



CRÍTICA DE LA OBRA MANUELA


Hoy en día la crítica colombiana la considera como la mejor novela 
nacional anterior a María. Su autor fue uno de los mejores narradores de cuadros de costumbres del siglo, además de haber fundado con José María Vergara y Vergara el periódico y la tertulia El Mosaico, de importancia central en la conformación del campo literario colombiano de mediados de siglo XIX.  
Caracterizada como una novela de corte costumbrista, su historia se localiza en 1856, es decir, en el mismo año en que Díaz terminó de escribirla. La línea de la narración sigue principalmente las peripecias que padece Demóstenes Bermúdez mientras está de visita en un pueblito vecino en el que se desarrolla prácticamente toda la historia. 
El argumento principal de la novela trata de los desencuentros y dificultades que pasa este hombre de letras, capitalino, en  aquella provincia, llamada “La Parroquia X”. El pueblo se caracteriza por ser de clima caliente, estar a sólo un día de Bogotá, y por pertenecer sus tierras a unos pocos terratenientes que las explotan para producir caña y sus derivados. Dos espacios levemente complementarios de la acción son Bogotá, la capital del país, y Ambalema, pequeña provincia notable durante el medio siglo porque fue el epicentro de la explotación y exportación del primer producto colombiano que experimentó un boom exportador, el tabaco. 
Los personajes en la novela están divididos en sectores sociales claramente 
definidos, el de los calzados y los descalzos. Los calzados están generalmente 
constituidos por los que poseen capital social, letrado, económico, los dueños de las haciendas, los políticos-letrados de la capital, como Demóstenes, o letrados locales, como el cura de la parroquia. Éstos generalmente tienen una posición política definida, alienados en los partidos tradicionales, el liberal y el conservador, salvo Matías Urquijo, que es un terrateniente amigo y aliado político de Tadeo, quien es ambiguamente Draconiano. Los Draconianos eran el sector moderado del partido liberal, cuando este se dividió hacia 1853 entre radicales, los Gólgotas, y moderados. Los Gólgotas eran partidarios acérrimos de la ideología liberal, ésto es, una economía de comercio sin límites, enemigos de la iglesia como institución y partidarios de la disminución al máximo del ejército y del Estado. Los draconianos eran más propensos a defender la Iglesia, a mantener un Estado y un ejército fuerte, además de mantener las tarifas de impuestos a los productos importados para proteger la artesanía nacional.
Del lado de los descalzos están peones y campesinos, arrendatarios y colonos. 
Éstos son personajes ideológicamente ambiguos. Entre ellos se habla del partido de los tadeistas, que siguen a Tadeo, y de los manuelistas, que siguen a Manuela. Pero entre éstos la filiación tiende a darse más por lazos de amistad que por motivos ideológicos. Si bien Tadeo y sus seguidores son nominalmente Draconianos, y dicen defender al pueblo contra los calzados, en la práctica atacan a los manuelistas, quienes son también descalzos y víctimas de los propietarios de las haciendas, que explotan sexual, económica y socialmente sus cuerpos y sus derechos. 
Entre los descalzos se encuentran personajes como Demóstenes y el cura Jiménez que poseen capital político, cultural y social, pero no económico; los terratenientes locales, que tienden a gobernar el pueblo a su antojo, concentran el capital en casi todas sus formas, como Don Blas, don Cosme Don, Matías Urquijo y Don Eloy. Estos carecen sólo del capital jurídico, que es el que convierte a Tadeo, el tinterillo local, en la única amenaza de su cómoda vida de señores seudofeudales, quienes disponen a voluntad de los campesinos y campesinas pobres empleados en sus haciendas.  
Entre los descalzos hay ciertos matices. Manuela, por ejemplo, pertenece a una 
familia conformada por mujeres solamente; éstas tienen una vida más o menos 
independiente pues no dependen para sobrevivir del trabajo como arrendatarias sino que viven de lavar ropa, han convertido su casa en hospedaje y obtienen entradas por cuenta del contrabando de aguardiente. Un subgrupo femenino en el extremo de la explotación, la dependencia y la pobreza lo conforman muchachas como Estefanía y sus hijas Rosa, Antoñita y Matea, que padecen incluso el abuso de los hombres de su propio sector social. El tema del abuso, la desigualdad y el maltrato que tienen que sobrellevar la mayoría de estas campesinas arrendatarias hace que predomine en la novela una tendencia mayoritariamente feminista. Otro subgrupo lo conforman las señoritas hijas de los hacendados que no dejan de plantearse la desigualdad entre hombres y mujeres, y de cómo las que la padecen peor son las mujeres más pobres.
La mayoría de ellas, especialmente las más pobres, se parecen a Manuela en cuanto a su capacidad e iniciativa de trabajo, y su lucha contra la adversidad y sus persecutores. Las hijas de los hacendados, a su vez, como Clotilde y Juanita, se hacen cargo de las haciendas de sus padres cuando es necesario. Una de las campesinas, La Lámina, que ha caído en la prostitución a causa de los abusos sufridos a manos de los hacendados, se va a Bogotá, y allí vive de vender aguardiente, preparar almuerzos y fabricar soldados de plomo. También, en esta historia son las mujeres, como Cecilia y Manuela, las que salvan a los hombres y no viceversa. 

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